sábado, 30 de mayo de 2009

Noches de hotel

Hotel Silken.
10ª planta. El mundo bajo sus pies.

Jaime observa la ropa desperdigada por la habitación, tan grande como la casa de un amigo suyo, de Carabanchel. El equipaje de la maleta se ha distribuido sobre los sillones, la cama, y la mesa, como un lienzo muy personal que intenta dar significado a la soledad del circunstancial morador de esas paredes.

Echan una pelicula por la televisión de pantalla plana: Halloween.
Una de esas putas pelis de psicópatas inmortales que rozan la paranoia y la comedia de serie B.
El asesino ha desaparecido de escena y vemos a la prototípica victima intentando huir de la casa. ¡Detrás de ti, imbecil! Centelleo metálico, sangre, otra cuchillada.
Y vuelta a empezar.

Por la mañana, Jaime absorbe la habitación como quien absorbe un perfume.
Inspira al pecho, y luego al abdomen, donde ya almacena el brillo de otros tantos hoteles.

Abre el armario y observa el traje negro y la corbata azul, intentando encontrar ánimos para integrarse en el mundo que ruge, allá abajo, a pie de calle.

Formación comercial, venta directa. Comerciales de colmillo retorcido, piratas y bucaneros, de esos que asaltan barrios residenciales buscando ancianas y subnormales, armados con su Blackberry, su agenda, y su decisión inquebrantable.

En los cursos, las relaciones de Jaime con los alumnos tienden a ser decididamente cordiales, y decididamente frías. Como los vasos envasados y el champú del hotel, diseñados para un único y satisfactorio uso por parte del cliente.

Los cursos de un solo día son los peores, piensa.
Con la agenda funcionalmente apretada para cumplir expediente y ahorrar presupuesto en horas de formador:
Presentación a las 09:00, herramienta de activación, descanso de 15 minutos, catálogo de productos, una hora para la comida, y técnicas de venta durante la tarde.

Cada día un grupo distinto, con sus propios listillos y graciosetes, sevillanos a poder ser. Toda la semana se convierte en una vorágine de dinámicas y presentaciones, viajes, noches de hotel y botellitas del minibar: Cuchillada, sangre, cuchillada. Y vuelta a empezar.

sábado, 16 de mayo de 2009

En las manos de Bel

Paseando por mi barrio, llego hasta Conde Casal.
En una sucursal del Santander veo carteles de la UGT.

Los discursos se acumulan contra el cristal. Entidades del ahora, a los carteles les gusta estar acompañados, hermanados unos de otros, como buscando el cariño y la comprensión que solo otro trozo de papel puede darte.

Rojo, negro y blanco: Albert Einstein convertido en un simbolo de la revolución. Si el genio levantara la cabeza.

Iconos propios de una religión sin dios, los mensajes caen en el mismo conflicto maniqueo y fútil que todas las otras sectas:
Un muerto de hace 30 años, a la postre resucitado para avivar la causa. Bolonia, como la última ignominia contra la que luchar. La privatización de la sanidad pública. Frente a la Crisis, ¡Lucha!
¿Contra qué? El cartel no lo señala.
Un par de esforzados camaradas, Adan y Eva, golpean con mazos a la crisis. Quieren derruir un evento histórico. Igual podrían bajar el sol a la tierra con las manos, o hasta hacer que el Madrid gane la liga...

martes, 12 de mayo de 2009

Una visita de cortesía

El hombre de las 09:20 miró a su alrededor aturdido, al entrar en la gran sala erizada de equipos. La torre sur había cambiado desde la última vez.

Crucé el espacio hacia la mesa de Ana, valorando con mirada crítica los nuevos rostros depositados en la arena por el viento. Equipos enteros habían migrado desde la visita de hace un mes.
Docenas de inquilinos desubicados, todos juntos, esperando hacer bien su trabajo.

Ana no estaba.
En compensación, Fernando alzó la mirada. -¡Heeey, tío!
-Que pasa, Fer. veo mucho movimiento.
-Si. Es el remplazo. -¿Remplazo? ¿Remplazo de qué?
-Los vivos. la diferencia entre estar quemado o producir.

Asentí con la cabeza, tratando de comprender. La mayoría de las veces, con eso basta...

Echando un vistazo, Logré reconocer a un par de tipos. Técnicos, Framework en tiempo real y todo eso.

Al fondo, la puerta de la sala de reuniones se abrió.

Ángel salió sonriendo, comentando algo con uno de los gerentes.
Comité de operaciones, demasiadas cabezas pensando al mismo tiempo, si quieres mi opinión.

-Que tal, David.- saludó.
-Un poco saturado. ¿Bajamos a tomar un café?

El bar de la calle era un espacio rutinario, fuente de seguridad y chismorreos.
En la oficina corrían un par de leyendas sobre el posible origen de la cicatriz en el cuello de la chica morena de tetas pequeñas, recluida para siempre detrás de la barra.

-¿Como van las ventas, genio?- planteé a mi amigo, una vez pedidos los desayunos.

Y me lo contó. Y entre confesión y confesión hablamos de perder el norte y gestionar el área de incertidumbre en la nueva era.

Ambos estuvimos de acuerdo: nos adentrábamos en terreno de nadie, y muchas de nuestras ideas dejaban de tener relevancia en el nuevo entorno.
Con todo, un nuevo mercado, maduro y nacido en la era de la tecnología de consumo, permitía la expansión de las nuevas tecnologías en el área pública: turismo, educación, etc.

-Es una puta carrera de coyotes y correcaminos.- bromeó.-Los clientes cambian y nosotros cambiamos tras ellos.

-Ya sabes lo que dicen.- proseguí el hilo.-Respeta al cliente, adora a tu Dios.

-¿Que hay en el fondo?- murmuraba, removiendo la cucharilla en una taza ya vacía.- La innovación, el nuevo modelo de venta...

-Imágenes huecas. Y laberintos sin salida.- Sentencié. Hoy me encontraba poético.

Sé adonde quería llegar. El miedo al vacío: No saber si todos los atajos y caminos creados conducirían a alguna parte. Dudar si más allá de la terminología y las estructuras mentales, nada de eso nos conduciría más cerca de Dios.

Personalmente había abandonado la búsqueda. Si la totalidad quería decirme algo, más le valía llamar educadamente a la puerta...

Girado hacia la entrada, observé el sol a través del cristal, capullo bienintencionado, iluminando de manera desinteresada la zona industrial, de dudosa belleza, en la que nos encontrábamos.

Hoy iba a ser un gran día. Joder, seguro que si.

martes, 5 de mayo de 2009

Una historia del absurdo

Fue un gesto espontáneo, que progresivamente fue seguido por todos.

La evaluación anual estaba causando estragos, y el aumento de las presiones respecto a la imputación de proyectos enrarecía cada vez más el ambiente.

Día tras día se hizo habitual entre los trabajadores ir a los servicios a gritar y golpear las paredes, liberando la rabia contenida desde hace meses.

Encerrados en el cubículo, gustaban de gritar a pleno pulmón contra la incompetencia de los gestores, la tonta restricción respecto a pedir adelantos, la innecesaria burocracia a la hora de pedir un curso de formación...

La Dirección valoró de manera neutra la situación, y optó por respetar la libre iniciativa de los trabajadores.

Poco a poco, los propios directores se sumaron a la catarsis, expulsando en los lavabos la frustración por los clientes que se empeñaban en pedir cambios de última hora, consultores júnior que llegaban una hora tarde, o las encuestas de satisfacción que dejaban en mail lugar a sus departamentos.

Con el paso de las semanas, los rostros se suavizaron, desaparecieron innumerables contracturas, y los conflictos entre áreas disminuyeron.

Al cabo de 6 meses, la productividad había aumentado un 21%.