Fue un gesto espontáneo, que progresivamente fue seguido por todos.
La evaluación anual estaba causando estragos, y el aumento de las presiones respecto a la imputación de proyectos enrarecía cada vez más el ambiente.
Día tras día se hizo habitual entre los trabajadores ir a los servicios a gritar y golpear las paredes, liberando la rabia contenida desde hace meses.
Encerrados en el cubículo, gustaban de gritar a pleno pulmón contra la incompetencia de los gestores, la tonta restricción respecto a pedir adelantos, la innecesaria burocracia a la hora de pedir un curso de formación...
La Dirección valoró de manera neutra la situación, y optó por respetar la libre iniciativa de los trabajadores.
Poco a poco, los propios directores se sumaron a la catarsis, expulsando en los lavabos la frustración por los clientes que se empeñaban en pedir cambios de última hora, consultores júnior que llegaban una hora tarde, o las encuestas de satisfacción que dejaban en mail lugar a sus departamentos.
Con el paso de las semanas, los rostros se suavizaron, desaparecieron innumerables contracturas, y los conflictos entre áreas disminuyeron.
Al cabo de 6 meses, la productividad había aumentado un 21%.
Hace 16 años
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