domingo, 26 de julio de 2009

Mynameis

La mayoría de la gente apenas cambia a lo largo de los años.

Física, mental y emocionalmente, tendemos a ser herederos de lo que nos ocurre y lo que aprendemos en los primeros años de nuestra vida.

Ahora se habla de Marca Personal, y hablamos de etiquetas como una nueva forma de analizarnos y mejorar nuestro desarrollo profesional.
Pero corremos el riesgo de que la nueva visión y perspectiva alcanzada solo sirva para crear nuevos casilleros donde prefijarnos, nuevas jaulas para el caos de lo inestable, y lograr un espacio más para regodearnos en la autocomplacencia de nuestros propios errores y defectos.

-Yo soy así - dice el necio. Y el resto del mundo sonríe y asiente, satisfecho y tranquilo...

El Mundo es complejo y dinámico, en constante cambio. Y una marca personal que no sea lo sufientemente abierta y multidinámica para adaptarse a él solo servirá para limitar nuestra propia eficiencia , ponernos de nuevo las trabas que, parece ser, nos acompañan como pegajosos familiares durante todo nuestro camino vital y, en esencia, lastran la evolución a la que tenemos derecho.

Y ahora olvida. Emborráchate de ruido y dime, querido amigo: ¿QUIEN es tu nombre?

sábado, 11 de julio de 2009

Los pecados del padre

Por mi mente vagan fantasmas catódicos, imágenes de otros días. Escenas de películas sobre la pasión y muerte de Jesucristo, mezcladas en mi inconsciente con las charlas que nos daban en la parroquia los domingos por la tarde.

¿Has oído esta historia? Un amigo de un amigo me contó de cierto tipo, de firme educación católica.
A Ernesto (llamémosle Ernesto. Ernesto es un nombre mal aprovechado...) le dolían de vez en cuando las muñecas. Una molestia irritante, que solía venir después de una noche de borrachera, una dura discursión o una jornada de trabajo especialmente estresante.

Finalmente, y ya que los médicos no lograban darle solución alguna, terminó acudiendo a un curandero africano.

El chamán le preguntó sobre su infancia. Sobre sus padres y sus abuelos. Tras ello le hizo sentarse con las manos sobre las rodillas, le hizo fumar tabaco de algún tipo y, ayudado por una música relajante con notas tribales, le hizo entrar en trance.

Durante unos 10 minutos se dedicó a peinar su aura con las manos. Por último, con cuidado y firmeza, le cogió una de las muñecas y le sacó "algo". Después hizo lo mismo con la otra muñeca. Ernesto no sabía qué había hecho, pero se doblo de dolor y vomitó en el suelo.

El curandero le explicó que sus padres y profesores, con toda su superchería le habían hecho identificarse con el martirio de su "salvador", y que tras tantos años aún llevaba la huella energética de los clavos de cristo en su propia anatomía.
Así, cada vez que pecaba, su sentido de culpa le atormentaba, y se manifestaba de manera física, con dolor y sufrimiento.

Ernesto lloró durante más de 20 minutos, encogido en el suelo, a centímetros de su propio vomito. Una vez recuperado, le dio las gracias al chamán, le pagó y se fue.
Nunca más volvió a tener dolores...

Somos esclavos de nuestra cultura. Herederos de los pecados de nuestros padres.

¿Que ocurrirá cuando la avalancha nos alcance? Cuando todos los dioses y profetas de nuestros padres desaparezcan, como las huellas en la arena.

Quizás lloremos durante meses, años, y finalmente nos alcemos, más brillantes que nunca, y sigamos avanzando.
Quizás seamos tan cobardes que creemos nuestros propios mitos, nuestras propias supercherías a las que encadenarnos, y a las que clavarnos.

Yo hago la pregunta.
Que cada cual busque sus propias respuestas.

miércoles, 1 de julio de 2009

Scroll

Los avances se acumulan, el progreso se acelera, formando un haz de imágenes que resulta difícil seguir desde fuera.
El desarrollo científico viaja a la velocidad de la luz, pero la cultura popular y la psique de la masa no puede seguir dicho ritmo.

Vivimos limitados por las restricciones de nuestro cuerpo y nuestra conciencia, en un horizonte de avance rápido que hace tiempo que nos ha sobrepasado. En dicha circunstancia, abrumados por los cambios, somos náufragos del mar de la información, navegantes de la incertidumbre.
Las nuevas generaciones no tienen miedo.
No tienen tensiones ni estructuras preconcebidas.

El mundo gira a diferentes velocidades, y en la metrópoli, el cerebro de algunos se convulsiona espasmódicamente, a intervalos regulares. Una extraña epilepsia cultural adaptativa. Nada excesivamente problemático, en los albores de la nueva era.